Artículo
de Isabel Domingo
La plaza de la Reina, considerada uno
de los puntos neurálgicos de Valencia, no siempre ha tenido el aspecto con el
que hoy la conocen los valencianos. Es, quizás, uno de los espacios de la
ciudad que más controversia ha generado desde que obtuvo su placa rotulada en
el año 1878 en honor a la reina María de las Mercedes. Su historia está marcada
por los remiendos de los proyectos de reforma que se han ido sucediendo y que
no se han ejecutado, por lo menos en su totalidad.
Arquitectos e historiadores consideran
que, más que una plaza, es un espacio fruto de la desaparición de manzanas de
edificios y sin una visión coherente. Los términos «cajón de sastre» y «puzzle»
son los más repetidos cuando se les pregunta por la visión de la plaza de la
Reina tras el anuncio realizado el lunes por el concejal de Urbanismo, Alfonso
Novo, de que los servicios municipales estudian las posibilidades de reforma,
al tiempo que reconocía la necesidad de «hacer una intervención» en la plaza.
Sobre el «sin sentido» de su
evolución, el presidente del Colegio Territorial de Arquitectos de Valencia,
Luis Sendra, señala que «realmente no es una plaza, ha perdido ese carácter. Es
un cajón de sastre, una suma de usos desordenados que no favorece la imagen de
Valencia». Sendra es una de las voces que apuesta por su remodelación pero
«analizando con rigor las necesidades y resolviendo el tema de la circulación».
No es la única. El doctor en Historia
del Arte y autor del libro 'Arquitectura y espacio urbano en Valencia,
1939-1957', David Sánchez, apunta que este espacio «siempre ha estado en
constante revisión y ninguna propuesta ha llegado a cuajar». A su juicio, el
problema radica en que «se ha buscado una solución estética a una plaza que no
es nueva y en la que hay que combinar sus distintos usos añadidos según las
necesidades del momento».
Sánchez aboga por consensuar una
solución que mezcle «lo que se puede hacer, y conociendo la historia antes de
plantear el proyecto, con la implicación de todos». Porque, como recuerda, «si
en algo hay unanimidad es en que a nadie ha gustado la evolución de la plaza».
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De ahí los siete proyectos y dos
concursos para dar el empujón definitivo a un espacio que empezó a formarse con
la desaparición del convento de Santa Tecla y la apertura de las calles de la
Paz y San Vicente. En 1869 se proyectó una plaza en la confluencia de las
calles del Mar, San Vicente y Zaragoza y, con la subasta de los solares de
Santa Tecla, se obligó a unificar las fachadas como si se tratara de un único
edificio, momento en el que se rotuló la plaza.
De Ferreres a Goerlich
Será en 1891 cuando se ponga sobre la
mesa el primer proyecto de ampliación. Así, Luis Ferreres Soler proyectó una
gran vía entre la plaza de la Reina y la Catedral, prolongando la calle San
Vicente hasta la Seo para conseguir una nueva alineación este de la plaza, de
forma que el viandante viese el Miguelete de frente.
Apenas veinte años después, en 1908,
apareció el plan de Federico Aynamí, que hacía hincapié en la creación de
edificios emblemáticos que adornen la plaza. Este proyecto quedaría en el cajón
aunque parte de él fue retomado por Javier Goerlich en 1928. Entre ambos, una
propuesta de Rafael Alfaro.
El primer proyecto de Goerlich estaba
incluido dentro de las nuevas líneas para la reforma interior de Valencia. Le
seguirán otros en 1935, 1942 y 1950. El de 1942 fue, probablemente, el más
polémico porque surgió la controversia sobre si mantener las dos plazas que
existían (Miguelete y Reina) o eliminar la primera para poder ensanchar la
plaza de la Reina, según relata el investigador David Sánchez. Mientras, en
1949, propugnó la ampliación de la plaza del Miguelete hasta la calle Corregería.
Poco después, en 1951, se realizó un
concurso de ámbito nacional, impulsado por el consistorio, al que se
presentaron 18 trabajos. Sus bases incidían en la necesidad de mantener dos
espacios diferenciados: uno de carácter cívico en la confluencia de las calles
Paz y San Vicente; y otro religioso presidido por la Catedral. Ganó Vicente
Figuerola, sin embargo, tampoco se llegó a ejecutar esta propuesta.
La siguiente iniciativa llegó en 1953
con el aval de los arquitectos municipales Camilo Grau y Julio Bellot y con la
continuidad de los derribos. Se inician nuevas alineaciones en la parte
derecha, de la calle Barchilla a Cabillers, «con un edificio de muestra de
Goerlich», que no convenció, detalla Sánchez. Es también el año de la
instalación de una fuente luminosa que permanecerá hasta 1968, ya que fue
sustituida por el parking (inaugurado en las Fallas de 1970), que actuó en una
primera etapa como rotonda.
Entre 1957 y 1963 desapareció la plaza
del Miguelete con los derribos de las últimas fincas, que impedían ver la Seo,
por lo que la plaza de la Reina se integra en este entorno. Poco a poco se va
configurando la fisonomía actual de este punto de la ciudad, que sólo ha
variado por los cambios en el pavimento, una mayor peatonalización o la isleta
de los autobuses.
Pero la aspiración del cambio ha
estado presente década tras década. En 1999 el Colegio de Arquitectos convocó
un concurso que reunió a 29 equipos profesionales. Ganó el proyecto de
Titolivio, en el que participó Miguel del Rey. «Definimos dos áreas, una para
los usos de la Catedral y otra cívica abierta al público. Además, planteamos
recuperar la perspectiva antigua del Miguelete, creando un paseo de arbolado»,
dice. Una propuesta que resolvía el acceso al parking con unas rampas en la plaza
central y que, según Del Rey, «sigue vigente con alguna modificación por la
evolución como el retranqueo de los autobuses y la limitación al tráfico
rodado».
El concejal Jorge Bellver retomó la
idea en 2008 y esta misma semana Novo mencionaba la posibilidad de actualizar
el proyecto de 1999. Sea éste o no el que acabe con el remiendo de 135 años,
para Del Rey «lo fundamental es transformar el gran vacío en una verdadera
plaza».
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