Artículo de Viana Israel.
«No me olvido de la arqueología, lo que pasa es que con ella ahora
no puedo comer y las facturas hay que pagarlas». Diana del Pozo es la
presidenta de Colegio de Arqueólogos de Madrid. Tiene 32 años. Empezó a
trabajar en la universidad mientras estudiaba Historia y, desde 2004, ha ido
enganchando una excavación tras otra. «Hasta que hace un año me quedé en paro,
como la mayoría de los arqueólogos, así que decidí montar una tienda de regalos
en Alcalá de Henares. No podía esperar más tiempo
esperando a que me volviera a llamar», cuenta.
Su caso no es más que uno de los
muchos que representan a un sector que en la actualidad se encuentra herido de
muerte en España a causa, sobre todo, del pinchazo de la burbuja inmobiliaria que
se produjo en 2008. Las consecuencias han sido nefastas para este nicho de la
cultura. Hay miles de arqueólogos en paro y
los pocos que aguantan sobreviven cobrando sueldos de menos de 1.000 euros.
Cientos de empresas del sector cerradas o sin ningún tipo de actividad,
completamente ahogadas por las deudas. Y se han quedado infinidad de
yacimientos sin poder ser excavados y otros tantos intervenidos en malas
condiciones. A poco que uno pregunte dentro del colectivo, las respuestas son
siempre las mismas: «La arqueología de urgencia está prácticamente
desaparecida», «de los cientos de arqueólogos que conozco han dejado de
trabajar prácticamente el 100%», «las condiciones son absolutamente precarias»
o «las empresas más grandes han pasado de tener más de 100 arqueólogos
contratados a seis».
El «boom» de la construcción a
principios de la década pasada significó también el «boom» de la arqueología en
España, ya que, cuando se aprobó la Ley de Patrimonio de 1985, los
constructores empezaron a estar obligados a contratar el servicio de
arqueólogos para prospectar el terreno y excavar los yacimientos que pudieran
verse afectados por la obra. «Hay países en los que esta intervención se hace a
través de la Administración Pública, pero en España se construía tanto que
resultaba imposible. Se decidió entonces que fueran arqueólogos contratados por
empresas privadas los que se encargaran. A principios de los 90 surgieron las
primeras empresas y, entre 2000 y 2005, se produjo el gran crecimiento»,
explica la socióloga del CSIC Eva Parga Dans, que en 2009 realizó una
encuesta sobre las empresas de arqueología en España.
De 300 a 10.000 yacimientos
En 1975 apenas se llegaba a las 300
excavaciones abiertas en toda España, mientras que en 2005 eran más de
10.000. El número de excavaciones creció tanto como el de las empresas de
arqueología, de las que se crearon más del 40% entre 2000 y 2005. Esta fiebre
dio empleo en excavaciones a decenas de miles de licenciados en Historia que
ahora, con la crisis del ladrillo, han pasado a
formar parte de la lista del paro.
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«En los últimos 10 años, utilizando la
frase del Gobierno, se ha excavado por encima de nuestras posibilidades. Ha
sido tan desmedido que se creó la burbuja de la arqueología, hasta que se
pinchó junto a la de la construcción. Volver al nivel de trabajo de antes es
impensable. Teníamos que haber tenido en cuenta que lo que se estaba haciendo
no era real», asegura Jaime Almansa, un madrileño de 29 años que, a
finales de 2009, fundó JAS, una empresa de
arqueología que ha decidido buscarse las habichuelas fuera de
las excavaciones.
No hay que olvidar que durante los
años de bonanza económica, la práctica totalidad de los ingresos de la
arqueología procedía de la construcción. Por un lado, de la inversión de las
constructoras, que se lanzaron sin control a edificar viviendas, urbanizaciones
o centros comerciales y tenían que realizar la correspondiente intervención
arqueológica previa. Y por otro, de las obras de promoción pública (carreteras, vías del tren, tuberías…) dependientes del
Ministerio de Fomento, de los gobiernos regionales o de los ayuntamientos. Pero
desde 2008, tanto las
constructoras como las entidades públicas «están hundidísimas»,
comenta Almansa.
El Ministerio de Hacienda acaba de
denegar las subvenciones que la Secretaría de Estado de Cultura había concedido
a 30 grupos de universidades españolas para proyectos de arqueología. En
Castilla-La Mancha, el Gobierno anunciaba hace no mucho el cierre de hasta
cuatro importantes parques arqueológicos y, en Alicante, el proyecto sobre el
conjunto islámico del Castellar d’Elx lleva dos años parado por los recortes.
Son solo uno ejemplos a los que hay que sumar, en el ámbito privado, que el año
pasado se construyeron menos del 10% de las 865.000 viviendas que se
edificaron en 2006, el máximo histórico, las cuentas no salen ahora para este
sector cultural.
Empresas sin actividad
Según los datos provisionales que está
comenzando a arrojar la segunda edición de la encuesta del CSIC, han desaparecido el 35% de las 273 empresas de
arqueología contabilizadas en 2009. Un dato preocupante que, de todas formas,
no es representativo de la realidad, ya que muchos arqueólogos mantienen sus
empresas abiertas, pero sin actividad. «Hace poco una arqueóloga me contaba que
no tenía ningún trabajo contratado aunque no hubiera dado de baja su empresa»,
comenta la presidenta del Colegio de Arqueólogos madrileño.
«Ya nadie construye. Hay incluso
intervenciones arqueológicas que estaban proyectadas y se han quedado en
suspenso. Y se han dado casos de constructoras que han quebrado y han dejado
empantanadas a empresas de arqueología con 100.000 o 200.000 euros de deuda una
vez terminada la excavación», añade Almansa, ahora dedicado principalmente a la
edición de libros relacionados con la arqueología, como «Indianas jones sin futuro»
(JAS, 2012).
Esa falta de perspectiva es
precisamente la consecuencia más inmediata para miles de arqueólogos que se han
ido al paro y para los pocos que, por lo menos, han encontrado trabajo en otros
sectores que nada tienen que ver con el suyo. Uno de esos casos es Miguel
Ángel Díaz, un arqueólogo madrileño de 39 años que llevaba más de una década
enganchando una excavación con otra, en algunas de ellas como director, y ahora
trabaja en un bar de copas los fines de semana, mientras organiza de manera
altruista una jornadas sobre la Guerra Civil en Pinto.
Le echaron de su última empresa hace
unas semanas «por causas asociadas a la crisis», cuando estaba llevando a cabo
un seguimiento arqueológico entre Ciudad Real y Cuenca, cobrando menos de 1.000
euros a pesar de tener que vivir fuera de su casa. «Dependíamos de unasubvención
de la Unión Europea que fue retirada, y cuando los ayuntamientos afectados
por la obra tuvieron que hacerse cargo de los gastos, no aceptaron y se
paralizó», explica Díaz, quien, «aunque está intentando no resignarse»,
reconoce que de los cientos de arqueólogos que ha conocido, tan solo «seis o
siete» siguen en el sector.
Menos dinero, peores resultados
En este caos, hay algo que a los
arqueólogos les preocupa tanto como su empleo: las precarias condiciones en las
que tienen que llevar a cabo muchas de las excavaciones. «Las consecuencias de
la crisis sobre los yacimientos en sí son también terribles. A raíz de la caída
de los presupuestos, la calidad del resultado se ha visto afectada. El
arqueólogo tiene que hacer el mismo trabajo que hace siete años, pero con menos
material, menos personal y en un plazo de tiempo menor. Ya no puede hacer, por
ejemplo, todas las pruebas de datación que se necesitan, y eso significa que se
pierde un nicho de cultura», subraya Del Pozo, que ha visto como en la última
empresa en la que estuvo trabajando había unas 40 personas en nómina y ahora
solo queda el dueño.
«En mi última empresa, he tenido que
trabajar en condiciones inadecuadas porque los presupuestos cayeron un 30%. Eso
ha afectado a la hora de hacer analíticas como la del carbono 14 o la
dendrocronología. La situación de la arqueología desde 2008 hasta ahora es
absolutamente precaria y tiene muchas papeletas para desaparecer», comenta Pablo
Guerra, otro de esos arqueólogos que acaba de ser despedido tras ocho años
trabajando en una empresa que llegó a tener más de 100 arqueólogos contratados durante las obras de la M-30, y ahora solo
tiene a seis. Su pecado, no aceptar una rebaja del 28% de un sueldo de 1.300
euros limpios al mes que le hubiera convertido en mileurista, teniendo que
trabajar fuera de Madrid. Y eso después de ver como su mujer, también
arqueóloga, tuvo que dejarlo hace un par de años porque ya no había trabajo.
«Son ejemplos de cómo se encuentra el sector. Profesionales bien cualificados
que no pueden dedicarse a lo que se han preparado o cobrando 800 euros netos.
Me parece una auténtica vergüenza», critica.
Guerra acaba de plasmar todas estas
experiencias en su primera novela, «El hallazgo», en la que
relata las andanzas de un doctor en Historia,Lancaster William, que cumple su
sueño de ser arqueólogo y, con el tiempo, va desencantándose con la profesión.
«Hoy Lancaster no estaría trabajando, pero seguiría buscando trabajo. No se
rendiría. En mi caso, de momento me voy a Florencia a quitarme la tesis y el año que
viene a Estados Unidos a intentar trabajar», concluye.
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