Las goteras ocasionadas por una
filtración de agua en el depósito número 4 del edificio Jerónimos del Museo del
Prado el pasado 11 de marzo han reabierto en los órganos directivos del museo
el debate sobre el control y seguridad de las obras de arte situadas en los
almacenes de la primera pinacoteca española. Consecuencia directa de ello es la
inminente puesta en marcha de todo un arsenal de nuevas medidas de protección,
vigilancia y revisión de protocolos de seguridad en el seno del
famoso Prado oculto, es decir, ese ingente conjunto de obras de arte
que —pese a su enorme calidad y su condición de patrimonio nacional— duerme en
los peines de los depósitos del museo sin ser mostrado al público por
cuestiones de espacio.
Así lo revela el informe técnico de actuaciones
realizadas a partir del conocimiento de la filtración de agua en el depósito 4
de Jerónimos, elaborado por la dirección adjunta de Conservación e
Investigación del museo madrileño, al que ha tenido acceso EL PAÍS. Dicho
informe pasará a formar parte en breve del documento final de conclusiones que
sobre los sucesos del 11 de marzo tendrá lista la dirección del Prado a finales
de este mes. Los autores del texto se muestran verdaderamente exhaustivos a la
hora de diagnosticar e implementar la batería de lo que llaman “medidas
complementarias para aumentar el control de las obras de arte en los espacios
de reserva”. La filtración de agua provocó daños de diversa consideración en
varios dibujos españoles del siglo XVIII y, sobre todo, en varias pinturas de
alto valor, como El banquete de bodasdel pintor flamenco Jan
Brueghel, El Viejo.
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En primer lugar, el estudio técnico
habla de la necesidad de proceder a la revisión del Servicio de Registro de las
instalaciones de reserva de obras “para conocer la existencia de puntos
sensibles de especial atención” en el edificio Jerónimos; también se recomienda
la revisión del Servicio de Registro en los almacenes de obras de arte del
edificio Villanueva “para detectar puntos sensibles”.
El estado de conservación y
mantenimiento de los equipamientos y mobiliario de los almacenes “comprobando
su estanqueidad” es otra de las prioridades a las que alude el informe. También
se recomienda en el mismo la incorporación de restauradores del Prado en al
menos dos de las revisiones anuales de obras de arte que los técnicos de
Registro efectúan anualmente en los almacenes. Otro punto del documento
considera necesaria una revisión de los protocolos de acceso a los almacenes
del Prado, así como la realización de “ejercicios prácticos y simulacros” en
los almacenes, dentro del Plan de Emergencia de Colecciones. Por último, se
pide que las áreas de reserva de colecciones sean consideradas a partir de hoy
(se presupone que, paradójicamente, hasta ahora no lo eran) “espacios de máxima
protección y control”.
“Hacemos todo lo que podemos, pero es
muy habitual que cosas así ocurran en edificios de carácter histórico, por
ejemplo ha ocurrido con cierta frecuencia en la National Gallery de Londres”,
explicaba ayer a este diario el director del Prado, Miguel Zugaza. Preguntado
sobre el hecho de que las goteras se produjeran en los almacenes situados en la
parte nueva del museo, el edificio Jerónimos, es decir, la parte remodelada por
Rafael Moneo en 2007, Zugaza señaló: “Se supone que las partes nuevas de los
museos se hacen para evitar que estas cosas pasen... pero pasan”.
Del informe técnico se desprende que
lo acontecido en los almacenes del Prado aquel día, con una filtración de agua
que afectó de manera desigual a un total de ocho dibujos y ocho pinturas, trajo
consigo una pequeña revolución entre las paredes de la pinacoteca. Prueba de
ello es que en total fueron 273 las obras de arte desalojadas de su
emplazamiento habitual en los depósitos tras ser descubiertas las goteras.
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Del mismo modo, la célula de crisis
organizada en el lugar de los hechos aquel 11 de marzo —director del museo,
director adjunto de Conservación e Investigación y presidente del Patronato del
Prado— tomó una decisión que ha sido fruto de controversia: no anunciar
públicamente lo ocurrido, tratar de limitar los daños rápida y eficazmente y
hacer como si no hubiera pasado nada. “No creímos que la noticia tuviera
demasiado recorrido, esto son cosas que pasan en los mejores museos”, dijo
Miguel Zugaza a este diario cuando fue preguntado por aquella decisión
de omertà.
Tal y como reza el informe técnico,
otra de las decisiones que se tomaron, como prevención de posibles daños, fue
la de retirar todas las obras comprendidas entre los peines 131 y 149 (los
situados bajo el difusor eléctrico donde se detectó el agua filtrada). Días
después, fueron realojadas, esta vez en los almacenes norte y sur del edificio
Villanueva. También fueron revisadas sistemáticamente todas las pinturas y
dibujos de los 212 peines de los almacenes. Los peines 131 a 149 permanecen
vacíos a día de hoy.
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